lunes, 18 de julio de 2011

Las razones de otra frustración argentina

En el día del 61 aniversario del Maracanazo, Uruguay sumó otro halago a su historia. En los cuartos de final de la Copa América, eliminó por penales a Argentina y la dejó sumergida en un mar de dudas. La principal es ¿por qué se quedó afuera? Pese a que los penales otra vez (como en la Copa América 2004 y en el Mundial 2006) detuvieron en Santa Fe el andar de la Selección, las razones futbolísticas actuales son más tangibles, más palpables que una mala racha o una noche aciaga.

En principio, el insuficiente tiempo de trabajo conspiró contra la puesta a punto de la ideología pregonada por el entrenador Sergio Batista (elegido en una decisión polémica por Julio Grondona). En pocos entrenamientos, le fue difícil presentar un equipo respetuoso de la pelota, ambicioso, ofensivo y con espíritu ganador, inspirado en el Barcelona de Pep Guardiola. Le resultó complicado darle un sentido colectivo bien aceitado a las características individuales de cada elemento más las funciones específicas a desplegar en el campo. Encima, el hecho de medirse con la vara (alta) del mejor equipo ¿de la historia? le generó una presión más.

Cronológicamente, el mal armado del plantel de 23 futbolistas evidenció una superpoblación de mediocampistas centrales y centrodelanteros y una escasez de marcadores de punta, mediocampistas externos y punteros. Extrañó esa decisión porque durante su ciclo Batista probó con Pillud, Monzón, Ariel Rojas y Ansaldi para el primer caso de escasez, Enzo Pérez, Chávez, Belluschi y Valeri para el segundo y Juan Manuel Martínez, Mouche, Hauche y Sperduti para el tercero. Entonces, este desbalance condicionó el armado del 11 titular para cada encuentro, donde algunos jugadores ocuparon puestos infrecuentes. Por ejemplo, Tévez y Agüero se corrieron a los extremos, Zanetti actuó por la izquierda cuando en el Inter es doble cinco con Cambiasso, quien a su vez se movió como diez, y Banega trabajó por la derecha. Mientras que Gabriel Milito y Gago, de mucha participación en la Copa, fueron suplentes en sus equipos durante la temporada 2010-11.

La saludable actitud argentina de protagonizar los encuentros de su Copa América sacó a la superficie el primer error: la transición ataque-defensa; es decir, cuando perdía la posesión del balón. La presencia de tres delanteros más dos volantes dúctiles para el traslado no garantizaron un correcto retroceso, no cruzaron a tiempo la línea de la pelota para conformar un equipo corto, ni tuvieron oficio para contrarrestar el juego contrario, excepto ante Costa Rica. Por lo tanto, la soledad de Mascherano, quien disputó su peor torneo en la Mayor, hizo recordar el Mundial de Sudáfrica a la hora de quitar. Así, la defensa quedó expuesta, desnuda: cedió demasiados espacios, ofreció una frágil resistencia en el mano a mano, debió cortar con faltas innecesarias y obligó a alguna que otra intervención providencial de Romero.

Otra clave de la eliminación de la Selección radicó en la falta de intérpretes adecuados para ejecutar y defender acciones con pelota detenida. Desaprovechó las infracciones sobre Messi, Di María y compañía y careció de especialistas en el juego aéreo para tomar al uruguayo Lugano. Tampoco en los momentos adversos, cuando el desarrollo entraba en un terreno psicológico y de roces o silbidos del público, hubo rebeldía. Menos que menos mostró un plan B para desentrañar los planteos táctico-estratégicos mezquinos del oponente de turno.

Como un mal que viene de arrastre, no sólo del fútbol sino de la sociedad argentina, primó el individualismo, el yo antes que el nosotros. Las figuras no conformaron el equipo, no se asociaron, no se cohesionaron, no se conectaron como el fútbol de hoy lo exige. Cuerpo técnico, jugadores, dirigentes e hinchas no se unieron. Y se sabe que el todo es más que la suma de las partes.