Argentina
logró la ventaja de arranque y la aprovechó. Aprendió la lección de Bosnia,
cuando se planchó, y Nigeria, cuando no pudo sostenerla. Se fortaleció en la
última línea y obligó al rival a probar de media distancia. Mordió en el medio
y salió rápido. Conservó la posesión y avanzó. Administró los tiempos del
partido, para quitarle o agregarle vértigo, para presionar o esperar, para
reducir espacios o ampliarlos. En el segundo tiempo, buscó estirar el marcador
y falló en la definición. Paradójicamente, encontró un adversario que le dejó
más huecos que otros, pero pudo lastimarlo poco. Tal vez porque no lo necesitó.
Al final, obstaculizó los caminos que llevaban a Romero, se tiró peligrosamente
atrás y resistió.
Higuaín convirtió
el gol tempranero: de primera, sin rodeos, a lo goleador y se sacó de encima la
presión. Se soltó, se tranquilizó y se transformó en la figura. Hasta pudo
estirar la ventaja con su derechazo en el travesaño, cuya jugada incluyó un
caño a Kompany.
Si bien le
faltó continuidad, Messi complicó con su explosión cuando apareció. Lo rodearon
siempre y debieron detenerlo con faltas. Participó en la apertura del marcador
y casi aumenta sobre el final, pero Courtois bloqueó su remate.
Di María
pintaba para destacarse por su gambeta en velocidad. Quiso combinar con
Zabaleta, pero un rebote derivó en el Pipa en la acción del 1-0. Sin embargo,
se retiró lesionado. Fue interesante el ingreso de Enzo Pérez en su lugar.
Garay
despejó varias pelotas y elevó su rendimiento con respecto a otros encuentros.
A su lado, Demichelis entregó seguridad, orden y experiencia. Mascherano fue el
patrón del mediocampo. Biglia se sacrificó. Basanta cumplió.
El árbitro
italiano Nicola Rizzoli debió haber expulsado a Hazard y Alderweireld por
sendas patadas a Biglia, pero apenas los amonestó.
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