En la
final, el seleccionado de Sabella cedió la iniciativa a su oponente. Mostró la
firmeza de Demichelis y Garay en la última línea, el espíritu de Mascherano y
el sacrificio de Biglia. Mediante las corridas de Lavezzi, salió rápido de
contraataque. Por esa vía, fue filoso y profundo durante el primer tiempo y
dejó una mejor imagen. Higuaín recibió un regalo de Kramer, pero definió
defectuosamente. Messi entregó pinceladas de su talento, algo insuficiente para
lo que necesitaba el conjunto, y se quedó injustamente con el Balón de Oro
porque el mejor argentino fue Mascherano y el mejor alemán, Kroos. Romero dio
seguridad. Enzo Pérez realizó una interesante tarea por la izquierda. En el
entretiempo, Sabella sacó a Lavezzi (¿cansado?) y colocó a Agüero, de floja
labor. El equipo se adelantó, pero resignó sorpresa en ataque y se descubrió
algo atrás. Ir al suplementario era lógico. Ahí, Palacio falló ante Neuer. Resistió
hasta el minuto 113.
Alemania se
consagró campeón por su dominio territorial en ciertos pasajes, juego de
conjunto, respeto por la pelota y perseverancia. Exhibió algunas dudas en la
defensa durante el primer tiempo. Apeló a las pelotas paradas: en una, Höwedes
metió un cabezazo en el palo. Tuvo resto físico para buscar la victoria y con
poco le alcanzó. Lahm influyó con sus subidas después de la salida de Enzo Pérez. Schweinsteiger peleó, cortó y ordenó. Kroos tuvo el mapa del partido
en la cabeza. Schürrle armó una gran jugada personal y asistió a Götze, quien
controló con el pecho y definió. Obtuvo su cuarto título mundial.
El árbitro
italiano Nicola Rizzoli obvió un penal de Neuer a Higuaín y otro de Rojo a
Müller (sujeción). No expulsó a Höwedes por una patada ni a Schweinsteiger por
doble amarilla.